viernes, 17 de julio de 2020

La abogacía no está reñida con el señorío


No cabe negar que cada despacho de abogados tiene su seña de identidad, como tampoco es posible ignorar que cada letrado tiene su forma de proceder. Sin embargo, dentro de ese gran espectro de actuación, hay una característica que siempre debería acompañar a toda persona que se dedique a esta dura pero apasionante profesión, esto es, el señorío.

Por desgracia, nos encontramos en una sociedad donde esa palabra, unida a otras de fuerte humanidad, como la empatía, están en peligro de extinción. El día a día judicial no es ajeno a esas prácticas, aunque por fortuna, aún queda lejos de suponer una habitualidad.

Ciertamente la enseñanza jurídica está cambiando, orbitando más sobre la parte práctica que sobre la teórica, quizás en el punto intermedio, como en todo, estaría la perfección. Sin embargo, en uno y otro caso, esa formación debería empapar a los futuros juristas de una serie de cánones que debieran ser innegociables, debiendo llevarse tatuados en la piel; hablamos de la educación, el compañerismo, la elegancia, el formalismo…en síntesis, el señorío. 

Las buenas prácticas de aquel entonces y sus maestros, deberían subsistir perpetuamente; aquellas en las cuales, por ejemplo, el abogado más experimentado enseñaba desinteresadamente el camino a su homólogo más joven, y donde éste último, mostraba sus respetos por el otro, a la vez que le ayudaba a irse adaptando a los nuevos tiempos.

Sin embargo, causa un gran desasosiego observar como cada vez son más los mal llamados compañeros que, lejos de ver al abogado contrario como un profesional que defiende intereses contrapuestos a los suyos, lo ve como un enemigo al que hay que derribar de cualquier forma, y donde el fin justifica los medios. Quizás sea por aquello de que cuando no puedes tumbar el mensaje, es más sencillo tumbar al mensajero…

Por fortuna, la práctica judicial nos recuerda día a día que, donde estás tú, mañana puedo estar yo, y que las variables de este mundillo son tan amplias que la ecuación resulta difícil de prever. Por tanto, quizás sea más razonable, defender nuestras ideas sin “tumbar al mensajero”…especialmente porque un mensajero herido se recupera, mientras que un mensaje fracasado se deshace como un azucarillo.

En nuestro despacho estaremos siempre a disposición de nuestros clientes, pero también, a disposición de nuestros estimados compañeros para cualquier colaboración o ayuda que podamos prestarle, y quien nos conoce, lo sabe. 

Y ahora sí, hablemos de derecho….”Abusus non usus, sed corruptela





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